Nos encontramos ante dos textos
para analizar, el primero “La rebelión de
las masas”, obra del reconocido filósofo y ensayista español José Ortega y
Gasset. La segunda obra a la que nos enfrentamos se llama “Ciudadanía y clase social”, perteneciente a Thomas Humphrey
Marshall, importante sociólogo inglés del S.XX. A continuación pasaré a
analizar las dos obras por separado para concluir con una comparación de ambos
textos.
La obra se escribió en los años
veinte del S.XX, iniciando su difusión en Madrid para pasar después al resto de
Europa. Una vez ya publicado, al cabo de los años, el autor continuó la obra,
incluyendo nuevos capítulos, como el Prólogo
para franceses. En él, Ortega y Gasset, nos indica que para conseguir
comprender la totalidad de la obra, debemos situarnos mentalmente en los años
veinte. De este modo, tanto el autor como la obra, pertenecen a una época muy
fructífera en el ámbito intelectual, compartiendo escena con autores como Joyce
o Unamuno entre otros tantos. Dicha obra brilló años después de su nacimiento,
con la aparición de los fascismos en España, Alemania e Italia; de la mano de
Primo de Rivera, Hitler y Mussolini respectivamente. Este libro de Ortega y
Gasset recibió muchas críticas, ya que, al aparecer en una época en la que
absolutamente todo se politizaba, fue mal entendida, y se la tachó como obra
política. Llegó a ser necesario que el autor aclarase su intención,
considerándose apolítico al igual que su obra, teniendo una opinión muy clara
acerca de los profesionales de la política, a los que define como mentirosos,
negando la existencia de la izquierda y la derecha política, defendiendo que no
existe diferencia entre ambos sectores. Todo esto no quiere decir que la obra
no contenga componentes políticos, sino que da un paso adelante, dando una
perspectiva social a dicho problema, es decir, no se queda en la exterioridad
política, profundiza en su análisis.
Una vez dado el primer paso, la
contextualización de la obra y del autor, pasamos al estudio de de sus ideas
principales. Una de las primeras que encontramos va en relación a la
superpoblación del continente europeo, ya que no era frecuente que las ciudades
contasen con tanta cantidad de gente en dicha época. A esta superpoblación el
autor le dará el nombre de muchedumbre o aglomeración, la cual pasará a
instalarse en los lugares preferentes de la sociedad. A continuación aparecen
las “masas” y las “minorías”, es decir, los componentes de
esa sociedad, siendo las minorías los individuos o grupos de individuos
especialmente cualificados; y las masas los “hombres medios”, es decir,
aquellos sin unas cualidades especiales. Para formar parte de uno u otro grupo
se deben compartir rasgos comunes, siendo en las minorías la separación de la
muchedumbre (ya sea por características propias e individuales de cada persona,
o por razones especiales) el requisito necesario. Mientras que, para entrar a
formar parte de las masas, la noción de “uno más” de cada individuo, me
explico, el hecho de no sentirse especial, con características que lo
diferencien del resto, sin valorarse a sí mismo, es la “exigencia” que se pide.
Pero ambos grupos son sólo parámetros bajo los cuales se estructura y se
clasifica la sociedad, es decir, uno no hace o deja de hacer una serie de
actividades para pertenecer a uno u otro grupo, ya que no se trata grupos
cerrados de individuos.
A continuación, el autor, pasa a
definir a los individuos pertenecientes a las masas, llamándolos “hombre-masa”, el cual pertenece a una
forma concreta de ver la vida, y no a una clase económica ni social. Dicho individuo
está seguro que conoce todo lo que tiene que conocer, ya que no se preocupa en
adquirir ningún otro conocimiento, del mismo modo que cree que no tiene ninguna
obligación, que solo goza de derechos; del mismo modo que desprecia todo lo
ajeno y superior a su persona. Dada la división de los componentes de la
sociedad que aquí lleva a cabo Ortega y Gasset, es fácil aventurarse a sostener
la idea de que el autor está llevando a cabo una división de clases en su
estudio. Pero es un grave error, ya que en todas las clases sociales hay masas
y minorías, siendo esto así porque tanto en las clases a priori superiores como
en las inferiores, hay gente cualificada y gente no cualificada. Si es cierto
que las minorías, en un primer momento, serán las encargadas de ocupar los
puestos más importantes de la administración, dada la necesidad de un mínimo de
capacidades especiales para llevarlas a cabo. Pero con el tiempo esta dinámica
se tornará, pasando las masas a suplantar a las minorías, aún sin dejar de ser
masas.
A este proceso Ortega lo
denominará la Revolución de las masas,
ya que los privilegios de los que hasta entonces gozaban las minorías (el
desarrollo de las actividades del poder político) han sufrido un cambio,
planteando una nueva forma para dicha empresa. Este cambio se materializa en la
actuación de las masas, muy diferente a la que desarrollaban las minorías, ya
que éstas últimas actuaban mediante el liberalismo y de manera directa con la
ley, mientras que las masas actúan directamente sin ella e imponen sus gustos y
aspiraciones. La conclusión que se saca de este proceso es el paso de un
dominio exclusivo a uno público de estas actividades. Al mismo tiempo que dicho
cambio trae consigo un alto grado de peligrosidad, dado el elevado carácter
manipulable de las masas, las cuales pueden llegar a actuar violentamente y con
una muy mala intención, ejemplificándose en los regímenes fascistas.
El siguiente paso que da el autor
va en relación al hincapié que hace sobre el carácter del hombre-masa cuando
éste se encuentre al frente de la sociedad, una situación a la que ha llegado
tras aumentar su nivel económico. Este individuo es considerado primitivo, dado
su desinterés por los principios de la civilización, ocupando su atención los
avances tecnológicos y científicos[1].
Este hombre primitivo, según Ortega, se encuentra inmerso en una sociedad
civilizada.
En relación con este primitivismo
del que hace gala el hombre-masa, Ortega compara a la sociedad con la
naturaleza, pero de una manera contradictoria ya que la naturaleza se mantiene
por independientemente sin dejar nunca de estar presente, mientras que la
sociedad civilizada está sigue el camino opuesto, es decir, no se sostiene sola
y requiere un gran esfuerzo de toda la sociedad. Pero este esfuerzo necesario el
hombre-masa se negará a darlo porque lo considera innecesario y porque no van
acorde con sus principios estas ideas de esfuerzo y de superación. Por ello, el
objetivo de Ortega reside en mostrar de manera objetiva los objetivos que están
aconteciendo, dando la imagen de un hombre-masa que acepta los avances
obtenidos a lo largo de la Historia de manera indiferente, ya que no cree en
ellos. De este modo, se desprende la idea de que el autor busca incidir en las
ideas que pueden suscitarle al lector tras haber leído el tema. Para terminar
esta idea de primitivismo, el autor lo ejemplificará con las ideologías
bolcheviques y fascistas, las cuales fracasarán ya que no cuentan con
fundamentos históricos.
Nuestra segunda obra, “Ciudadanía y clase social”, pertenece al
inglés Thomas Humphrey Marshall como hemos dicho en la introducción. Su origen
se debe a la intervención del autor en una de las conferencias de la
universidad de Cambridge en el año 1940, en la que se conmemoraba al sociólogo
Alfred Marshall. El autor comienza la conferencia describiendo a este sociólogo
como un hombre que dedicó su vida al desarrollo de la economía por una vía
distinta a la que anteriormente siguieron Adam Smith y John Stuart Mill. Alfred
Marshall defendía la autonomía y la superioridad del método económico basándose
en los escritos de otro gran autor como es Comte.
Thomas H. Marshall continúa su
descripción del afamado y honesto sociólogo inglés, el cual trata de acercar la
economía al ámbito político, con el fin de reflejar los problemas de ésta. Éste
es el principal tema de análisis de Alfred Marshall, tema que también colma el
interés de esta obra de Thomas H. Marshall, la igualdad social. A. Marshall
defendía que los hombres no podrían llegar a ser iguales, pero sí podrían ser
caballeros, ejemplificándolo en los artesanos. Éstos comienzan a valorar la
importancia de la educación, y la función que desarrolla el ocio, el cual les
lleva a un mayor respeto tanto propio como hacia los demás, considerando este
hecho como una aproximación hacia su constitución como caballeros. Marshall
cimienta esta argumentación en una hipótesis sociológica y de cálculo
económico, haciendo una diferencia entre el caballero y el obrero.
El autor hace una diferencia entre
hombres civilizados y no civilizados, entre ciudadanos y no ciudadanos,
ejemplificando a los primeros como caballeros. Del mismo modo, existen unas
garantías legales comunes, existe una igualdad de ciudadanía, de pertenencia a
una comunidad. Y esta ciudadanía será la que dé pie a la desigualdad social,
siendo ésta legítima. Thomas defenderá la compatibilidad de la igualdad
ciudadana y argumentará que la desigualdad de clase sólo puede darse mediante
la existencia de un mercado competitivo.
El siguiente paso que dará Thomas
será la división de la ciudadanía en tres partes (división defendida por Alfred
Marshall): la civil, la política y la social. La primera de ellas haría alusión
a los derechos necesarios para la consecución de la libertad individual
(expresión, de culto religioso, etc.). La parte política hace referencia al
derecho a la participación en las decisiones de ese ámbito. Mientras que la
parte social se refiere al derecho a contar con un mínimo de bienestar
económico y de seguridad. Al principio, dichas partes estaban interrelacionadas
pero, alrededor de los S.XII y XIII, cada una de ellas sigue su propio camino
hasta el S.XX, donde todas se colocan a la misma altura. El autor concluye esta
parte del análisis señalando los derechos civiles, políticos y sociales mínimos
que requiere todo individuo. Éstos se ven alterados tanto por la economía como
por las desigualdades existentes dentro de la comunidad de la que forman parte.
A lo largo de los S.XVIII, XIX y XX dado
el sistema capitalista existente, existían interpretaciones diferentes en lo
referido a los tres derechos que acabamos de mencionar, ya que unos se
solapaban o eran un subproducto unos de los otros.
En esta obra se ve un claro ejemplo,
tomando a la sociedad inglesa, sobre todo en la época isabelina, en la que tiene
lugar una lucha entre el nuevo orden social, al que quedan asociados los
derechos civiles, y el viejo orden social, relacionado con los derechos
sociales. Es una época en la que se trata de ayudar en materia económica y de
seguridad a la sociedad, estableciendo un mínimo grado de bienestar. Una
sociedad en la que saltana a la vista las desigualdades existentes entre los
habitantes de una misma comunidad, ya que los menos favorecidos, los pobres, no
gozan de la misma calidad de derechos. Será en el S.XIX cuando se asienten las
bases de los derechos sociales sin que éstos signifiquen una parte esencial del
estatus de ciudadanía (mejora de las condiciones de trabajo, servicio común de
enseñanza[2],
etc.).
Aquí
concluyen las dos primeras partes de esta obra de Thomas H. Marshall, en la que
se remarca la enorme importancia que tiene la enseñanza pública en la
ciudadanía en el S.XX. Del mismo modo que hace mención del desarrollo de
Inglaterra (país que toma como ejemplo) hasta finales del S.XIX.
Es en la tercera parte de la obra en
la que el autor profundizará más en el asunto referido a la desigualdad social
de ese S.XIX, y la influencia que tiene la ciudadanía sobre el mismo, al
tratarse de un estatus que otorga derechos y deberes por igual a todos los
miembros que componen una comunidad. Ésta coincide con el desarrollo del
sistema capitalista, es decir, con un sistema que promueve la desigualdad. El
autor defenderá que esta desigualdad es necesaria, y su existencia está
destinada a la obtención de un fin concreto, como puede ser la distribución del
poder. Pero que sea necesaria no quiere decir que se deba consentir su
desarrollo descontrolado, ya que la desigualdad llevada a su extremo puedo
conducir a los individuos a un grado más de pobreza, a la inmundicia.
Ante esta situación, se optó por la
renovación del sistema de clases, no por su eliminación. Se optó por elevar a
las clases más bajas, pero éstas seguían existiendo mientras que el resto de
clases no sufrían alteración ninguna. Se trataba de conseguir igualdad
jurídica, lo que en la práctica no tenía repercusiones. El autor lo ejemplifica
con el derecho a la propiedad, ya que, de este modo tendrías oportunidad para
poseer una propiedad, pero no te van a dar una propiedad en sí, esto solo
ocurrirá cuando tengas los medios para realizar dicha operación.
El autor nos demuestra como en el
S.XIX se estaba dando un aumento por el interés de las desigualdades sociales,
interés que no ayudó a paliar estas injusticias sociales.
Por último, en la cuarta parte de la
obra, el autor estudiará los derechos sociales tanto a finales del S.XIX como a
principios del XX. Éstos, hasta el último siglo, eran muy escasos y no tenían
relación con los fundamentos de la ciudadanía, algo imprescindible, ya que una
relación entre los tres fundamentos perseguía el objetivo de acabar con el
problema de la pobreza. Estos derechos sociales sufrirán un avance a finales
del S.XIX, intentando que disminuyan las diferencias de clase. Para ello
intentarán modificar toda la estructura social, no únicamente a las clases
bajas. Con este fin también se buscó la creación de una sociedad en la que se
conviviese, para que no hubiese un único tipo de clase en un determinado
barrio, sino que existiese una mezcla de todas.
En un primer momento, se intentará
dar igualdad de oportunidades, lo que llevado a la práctica, para variar, no
tendrá ese efecto. Se ejemplifica en el plano educativo, ya que todos los niños
tienen la obligación de ir al colegio, pero sólo unos pocos gozan de la
oportunidad para estudiar grados superiores. De este ejemplo se desprende la
idea de que la ciudadanía sea el elemento esencial de la estructuración social,
mostrado mediante la relación entre la estructura ocupacional y la relación.
El autor acaba su obra con unas
conclusiones en las que reitera la importancia de la influencia de la
ciudadanía, junto a otros elementos, sobre el intento de cambio en lo referido
desigualdad social, para ello el autor se apoya en muchos ejemplos relacionados
con el ámbito educativo. El objetivo que se propone al elaborar esta obra no es
otro que la abolición de las desigualdades existentes (desigualdades legítimas,
por “naturaleza”) y no necesarias. Para él, es el ciudadano el que debe cumplir
con una serie de obligaciones para llevar a cabo esta tarea, como miembro que
es de una comunidad.
La última parte está destinada a la comparación de los dos textos, en los cuales podemos
encontrar una serie de similitudes y de diferencias. Algunas de ellas saltan a
la vista, mientras que para llegar a otras habría que realizar un estudio más
profundo. Partimos de que nos encontramos ante dos obras con una diferencia
cronológica de alrededor de veinte años entre ambas publicaciones. Aun así, ambas
están situadas en un contexto similar ya que, por ejemplo, la obra de Ortega a
pesar de publicarse en los años treinta del siglo pasado, fue cobrando
importancia a medida que pasaban los años.
Ambas obras estudian el tema de
la sociedad de la época, pero desde puntos de estudio y reflexión distintos ya
que, en el caso del autor inglés, su análisis se centra más en el estudio de la
sociedad desde un punto de vista económico, y en la obra de Ortega, el análisis
que realiza el autor está más enfocado en la sociología o, en palabras del propio
Ortega “desde el subsuelo del propio tema”,
la política. La obra del español puede llegar a ser calificada como un libro filosófico.
A pesar de la similitud de los
temas que estudian, hay que matizar sus diferencias. Ortega, en su obra,
analiza la sociedad a través de dos divisiones: las masas y las minorías. Por
su parte, Marshall, realiza una división de clases sociales, sin especificar en
cuáles son éstas, pero dándonos a entender que hay muchas. Este ingles se
centra en lo que el llamará ciudadanía, concepto que hace referencia a los
derechos que posee una determinada sociedad. Marshall acepta la idea de la
existencia de la desigualdad social y de la necesidad de su existencia, pero no
por ello desistirá en la tarea de reducirla, proponiendo unos derechos mínimos e
iguales para todos los miembros de la comunidad. Ortega, por su parte,
reflexionará sobre las divisiones de la sociedad, pero lo hará sin encuadrar a
sus individuos en unas determinadas clases, ya que defiende que la sociedad, a
pesar de dividirse en las dos partes arriba mencionadas, se compone de una
mezcla de ambas.
En lo referido al carácter
político de las obras, la de Marshall tiene un grado mayor de política en
relación con la obra de Ortega. Esto es así en parte dado que Ortega, al inicio
de su obra, aclara los nulos aspectos políticos existentes en él y en su obra.
Lo que si mencionarán ambos autores será el concepto de nacionalismo y su
origen. Ambos autores volverán a coincidir a la hora de defender que se trata
de sociedades civilizadas. Del mismo modo que lo hacen en lo referencia a la
importancia del presente, sin por ello descuidar el pasado, dado que en su
importancia radican el futuro y el porvenir.
Así pues, para concluir, me
gustaría remarcar la importancia de los textos a la hora de entender la
dinámica que siguen las sociedades actuales, dándole personalmente mayor
relevancia a esta cuestión que a la relacionada con el reflejo de la sociedad
de la época, a pesar de servir igualmente de ayuda.
[1] En el resto de la sociedad de la época ocurría
totalmente lo contrario, los seguidores de las ciencias estaban en decadencia.
De este modo, nuestro hombre primitivo, se interesa por los asuntos que en
aquellos tiempos carecían del mínimo interés, considerándolos asuntos pasados.
[2] El hecho de que la educación se convirtiese
en común y obligatoria fue el paso decisivo para el restablecimiento de los
derechos sociales de la ciudadanía en el S.XX.
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